jueves, 20 de marzo de 2014

¡FELICIDADES PAPÁ!


Todo niño necesita de la presencia paterna, una presencia diferente, que no envuelve como la madre, sino que enseña, que abre horizontes. Y ,al llegar la adolescencia, el papel del padre resulta clave. Lo adolescentes se empiezan a distanciar de lo femenino que representa la madre y a acercarse a lo masculino del padre, sobre todo a unos rasgos que identifican más con él.

Si la educación de los hijos fuera una película, podría decirse que el padre se convierte en el principal protagonista al llegar el nudo de la de la trama: la adolescencia. Los hijos tienden a hacerle más caso, especialmente los varones. Loa cambios de esta época desorientan y confunden a los adolescentes, por lo que necesitan un apoyo firme y seguro.

Con la  adolescencia se produce el trueque en los papeles entre el padre y la madre que se había ido gestando durante los años previos. Ahora es papá quien ha de tomar una postura más activa, especialmente con los hijos varones.

Los cambios psíquicos y físicos que acompañan la adolescencia implican un mayor entendimiento de las cosas; es decir que las reglas que hasta ahora no se cuestionaban quedan en entredicho, la supremacía intelectual, física y moral de los padres ya no es creíble y el orden de la realidad ya no tiene la base segura de antes.

Estas características, propias de la edad y de las hormonas, les llevan (sobre todo a los varones) a distanciarse de lo femenino quye representa la madre y acercarse a lo masculino del padre, sobre todo a unos rasgos que identifican más con él: seguridad, autoridad, apoyo firmes.

En este caos de rebelión y aparente seguridad, el adolescente, chico o chica, necesita la tutela benévola de su padre, que delimite el mundo y enseñe con sus palabras y su forma de ser el camino hacia la edad adulta. El adolescente necesita la presencia tranquilizadora de su padre, pero también lo necesita para tener a alguien contra quien rebelarse, alguien que sea capaz de resistir a sus ataques y de mantenerse firme contra viento y marea. Este es un aprendizaje definitivo que marcará, seguramente, su forma de relacionarse con los demás y con el mundo.

Llega el momento de influir decisivamente y de ejercer la autoridad. Esto requiere actitudes positivas en el padre, que no se limitan a prohibir, corregir o sermonear siempre. Es mejor hablar a los hijos con serenidad, respeto y tacto; hacerles preguntas que les interesen y les hagan pensar, escucharles e intentar comprender sus puntos de vista; dar explicaciones de las normas y prohibiciones, alabar buenas conductas…

La presencia estable de una autoridad masculina en casa es necesaria para controlar los excesos y para enseñar a los hijos el autocontrol. Si la autoridad del varón adulto desaparece, falla el proceso de socialización y la vida de los chicos puede volverse caótica.

La presencia del padre es importante porque ofrece un modelo con el que se identifica el joven. Hay que tener en cuenta que si un joven no se identifica con esa figura, otros modelos vendrán a ocupar ese vacío.

Esto no significa que la madre haga mal las cosas en esta etapa. Como todas las madres con hijos adolescentes saben, en realidad siguen siendo protagonistas en su casa, pero de otro modo. Ella sigue siendo el marco de unión de la familia, quien puede aliviar las tensiones propias de esta etapa, ella tiene mucha mano izquierda para conciliar. Es el momento justo de ir junto  al padre y de dejarle que se encargue él de ciertos asuntos. La adolescencia rebosa temas conflictivos que exigen muchas vueltas, mucho hablar entre los cónyuges y mucho actuar en la misma línea losa dos.

El hambre del padre es un deseo profundo y persistente de conectar emocionalmente con el padre, experimentado por todos los niños. Cuando esta necesidad es satisfecha, los niños suelen crecer confiados, seguros y  fuertes.


Durante esta etapa, el padre tiene todo un abanico de responsabilidades. Idealmente, el padre comprometido intenta pasar momentos a solas con sus hijos e hijas adolescentes, es decir sin el resto de la familia. Se interesa por hacer cosas juntos, por hablar y escucharlos, por compartir sus opiniones con ellos y apoyarlos en sus intentos de ser adultos. También conviene hacerles participar en las decisiones familiares y  otorgarles (a veces as la fuerza)tanta responsabilidad como puedan asumir, sin que por ello sientan que se les deja a la deriva.

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