Todo niño
necesita de la presencia paterna, una presencia diferente, que no envuelve como
la madre, sino que enseña, que abre horizontes. Y ,al llegar la adolescencia,
el papel del padre resulta clave. Lo adolescentes se empiezan a distanciar de
lo femenino que representa la madre y a acercarse a lo masculino del padre,
sobre todo a unos rasgos que identifican más con él.
Si la educación
de los hijos fuera una película, podría decirse que el padre se convierte en el
principal protagonista al llegar el nudo de la de la trama: la adolescencia.
Los hijos tienden a hacerle más caso, especialmente los varones. Loa cambios de
esta época desorientan y confunden a los adolescentes, por lo que necesitan un
apoyo firme y seguro.
Con la adolescencia se produce el trueque en los
papeles entre el padre y la madre que se había ido gestando durante los años
previos. Ahora es papá quien ha de tomar una postura más activa, especialmente
con los hijos varones.
Los cambios
psíquicos y físicos que acompañan la adolescencia implican un mayor
entendimiento de las cosas; es decir que las reglas que hasta ahora no se
cuestionaban quedan en entredicho, la supremacía intelectual, física y moral de
los padres ya no es creíble y el orden de la realidad ya no tiene la base
segura de antes.
Estas
características, propias de la edad y de las hormonas, les llevan (sobre todo a
los varones) a distanciarse de lo femenino quye representa la madre y acercarse
a lo masculino del padre, sobre todo a unos rasgos que identifican más con él:
seguridad, autoridad, apoyo firmes.
En este caos de
rebelión y aparente seguridad, el adolescente, chico o chica, necesita la
tutela benévola de su padre, que delimite el mundo y enseñe con sus palabras y
su forma de ser el camino hacia la edad adulta. El adolescente necesita la
presencia tranquilizadora de su padre, pero también lo necesita para tener a
alguien contra quien rebelarse, alguien que sea capaz de resistir a sus ataques
y de mantenerse firme contra viento y marea. Este es un aprendizaje definitivo
que marcará, seguramente, su forma de relacionarse con los demás y con el
mundo.
Llega el momento
de influir decisivamente y de ejercer la autoridad. Esto requiere actitudes
positivas en el padre, que no se limitan a prohibir, corregir o sermonear
siempre. Es mejor hablar a los hijos con serenidad, respeto y tacto; hacerles
preguntas que les interesen y les hagan pensar, escucharles e intentar
comprender sus puntos de vista; dar explicaciones de las normas y
prohibiciones, alabar buenas conductas…
La presencia
estable de una autoridad masculina en casa es necesaria para controlar los
excesos y para enseñar a los hijos el autocontrol. Si la autoridad del varón
adulto desaparece, falla el proceso de socialización y la vida de los chicos
puede volverse caótica.
La presencia del
padre es importante porque ofrece un modelo con el que se identifica el joven.
Hay que tener en cuenta que si un joven no se identifica con esa figura, otros
modelos vendrán a ocupar ese vacío.
Esto no
significa que la madre haga mal las cosas en esta etapa. Como todas las madres
con hijos adolescentes saben, en realidad siguen siendo protagonistas en su
casa, pero de otro modo. Ella sigue siendo el marco de unión de la familia,
quien puede aliviar las tensiones propias de esta etapa, ella tiene mucha mano
izquierda para conciliar. Es el momento justo de ir junto al padre y de dejarle que se encargue él de
ciertos asuntos. La adolescencia rebosa temas conflictivos que exigen muchas
vueltas, mucho hablar entre los cónyuges y mucho actuar en la misma línea losa
dos.
El hambre del
padre es un deseo profundo y persistente de conectar emocionalmente con el
padre, experimentado por todos los niños. Cuando esta necesidad es satisfecha,
los niños suelen crecer confiados, seguros y
fuertes.
Durante esta
etapa, el padre tiene todo un abanico de responsabilidades. Idealmente, el
padre comprometido intenta pasar momentos a solas con sus hijos e hijas
adolescentes, es decir sin el resto de la familia. Se interesa por hacer cosas
juntos, por hablar y escucharlos, por compartir sus opiniones con ellos y
apoyarlos en sus intentos de ser adultos. También conviene hacerles participar
en las decisiones familiares y otorgarles
(a veces as la fuerza)tanta responsabilidad como puedan asumir, sin que por
ello sientan que se les deja a la deriva.
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